Room 231

Di vueltas por los pasillos como por una hora, las piernas me dolían de tanto insistir, pero hasta en ese dolor encuentro placer cuando busco como desesperado. Esa noche te vi sentado en uno de esos rincones obscenos, en ti se reflejaba la luz de los televisores con pornografía bareback. Frente a ti en ciclullas se encontraba un señor gordo y velludo que te comía el falo con desesperación, como experto, como si se le fuera a acabar el mundo.
No pude negarme a esa imagen, esa perfecta yuxtaposición de fealdad con hermosura, ese olor a sexo combinado con olor a baño y colonia masculina... Tú, abriendo la boca a todo lo que da, entregado al placer que te proporcionaba ese viejo. Tú, tan hermoso y perfecto, él tan común, tan repugnante.
Tuve que hacer algo inmediatamente, no podía tolerar esa escena sin mí, así que me senté a tu lado y los observé, refugiados en su desesperado encuentro. Te acaricié el pecho, te comencé a besar el cuello y te dije sin perder un segundo --Vamos a mi cuarto-- tú solamente confirmaste con tu cara y tu mano que me agarró para dejar atrás al anciano, nos metimos a mi rincón... y te dejé ver mi suciedad.
Me comí por horas ese cuerpo, esos pies alabados por otros durante esos 42 años que has existido, me comí tus besos sin imaginar que me comería después tu corazón y conocería el estado más incómodo y horrible que pude haber conocido en mi vida... 


El amor.

Eso me ocurrió esa noche maldita en el cuarto 231.

Comentarios